5 de agosto de 2008

NYT - "El Lujosos Crecimiento" Español e Inglés




Julio 15, 2008
Comlumnista "Op-Ed"

El Lujoso Crecimiento

Por DAVID BROOKS

Todos sabemos la historia del Dr. Frankestein, el científico tan sumergido en su propia investigación que de manera arrogante trató de crear vida nueva y un nuevo hombre. Hoy, si usted mira a las personas que estudian la forma en que la genética da forma al comportamiento humano, encuentra una colección de anti-Frankesteins. Mientras la investigación se mueve, los científicos se vuelven más modestos sobre lo que estamos cerca de saber y lograr.
No fue hace mucho tiempo que los titulares resonaban sobre el descubrimiento de un gen de la agresión, un gen de la felicidad o un gen de la depresión. La implicación era obvia: estamos comenzando a entender los orígenes del comportamiento humano, y no pasará mucho antes de que podamos intervenir para aumentar o transformar la vida humana.
Pocos hablan de esa manera ahora. Parece existir un sentimiento general, como el Centro Hasting lo plantea, de que “la genética del comportamiento nunca explicará tanto de la conducta humana como alguna vez fue prometido”.
Los estudios diseñados para enlazar genes específicos al comportamiento han fallado en encontrar algo mayor que muy pequeñas asociaciones. Ahora está claro que un gen casi nunca conduce a un rasgo. En vez de esto, un rasgo específico puede ser el resultado del interjuego de cientos de genes diferentes interactuando con una infinitud de factores ambientales.
Primero, está la complejidad del proceso genético. Como Jim J. Manzi lo señaló en un ensayo reciente en la National Review, si un rasgo como la agresividad es influido por casi 100 genes, y cada uno de estos genes puede desactivarse, entonces hay un trillón de trillones de combinaciones posibles de estos estados genéticos.
Segundo, porque los genes responden a los signos del ambiente, está la complejidad del mundo alrededor. El profesor Eric Turkheimer de la Universidad de Virginia, condujo investigaciones mostrando que crecer en un ambiente empobrecido afecta el C.I. Se le preguntó qué intervenciones específicas ayudarían a los niños a darse cuenta de sus potenciales. Pero, anotó, que no tenía respuesta buena a esto. La pobreza como un todo tiene este impacto importante en las personas, pero cuando se trata de separar la pobreza para encontrar qué elementos específicos tienen el mayor impacto, encuentra que no hay un único factor explicando realmente mucho. Es posible detectar la respuesta total de una situación general. Es más duro dibujar una relación lineal mostrando causa y efecto.
Tercero, está lo borroso de las palabras que usamos para describirnos a nosotros mismos. Hablamos de depresión, ansiedad y felicidad, pero no es claro cómo las palabras que usamos para describir lo que sentimos se corresponden a procesos biológicos. Podría ser que usamos una palabra, depresión, para describir muchas cosas diferentes, o tal vez la depresión es solo un síntoma de procesos más profundos de los que no estamos al tanto. En el número actual de Nature, hay un artículo sobre las discusiones entre genetistas y neurocientíficos que tratan de definir de manera exacta qué eso de lo que están hablando.
El fondo es este: por un tiempo, pareció como si estuviéramos por usar la antorcha brillante de la ciencia para iluminar el mundo turbio de la acción humana. Por lo contrario, como Turkheimer escribe en su capítulo del libro “Luchando con la Genética del Comportamiento”, los científicos se encuentran anudados con la ciencia social y las humanidades en lo que los investigadores llaman el Prospecto Oscuro, el misterio inefable de por qué las personas hacen lo que hacen.
El prospecto puede ser oscuro para aquellos que buscan entender el comportamiento humano, pero el envés (flip side) es el recuerdo de que cada uno de nosotros es un Crecimiento Lujoso. Nuestras vidas no están determinadas por procesos uniformes. En vez de esto, el comportamiento humano es complejo, no lineal e impredecible. El Mundo Feliz está lejos. Las novelas e historia pueden aun producir insights sobre el comportamiento humano en que la ciencia no puede coincidir.
Tan importantes son las implicaciones para los políticos. Comenzando en los tardíos años del siglo 19, los eugenistas usaron ideas primitivas sobre genética para tratar de re-diseñar la raza humana. En el siglo 20, los comunistas usaron ideas primitivas sobre “materalismo científico” para tratar de re-diseñar un Nuevo Hombre Soviético.
Hoy, tenemos acceso a nuestra propia receta genética. Pero parece que no estamos cayendo en la arrogante tentación – de tratar de rediseñar la sociedad sobre la base de lo que pensamos que sabemos. Decir adiós a la clase de proyectos de horrible rediseño social que dominaron el siglo 20 es un ejemplo mayor de progreso humano.
Podemos esforzarnos en eliminar esta cosa multivariable que llamamos pobreza. Podemos sacar a las personas de ambientes que (de alguna manera) producen inadecuadas respuestas y tratar hacerlos inmersos en ambientes que (de alguna manera) produzcan mejores. Pero no estamos cerca de entender como A lleva a B, y probablemente nunca lo estemos.
Este año de tremendos logros científicos ha delineado una antigua verdad filosófica – que hay varios límites a aquello que sabemos y podemos saber; que las mejores acciones políticas aumentan de manera gradual, respetuosas hacia la práctica acumulativa y más en tono a circunstancias particulares que las leyes universales.


Bob Herbert no está hoy.


Traducción: Astrid Álvarez de la Roche



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July 15, 2008
Op-Ed Columnist

The Luxurious Growth

By DAVID BROOKS
We all know the story of Dr. Frankenstein, the scientist so caught up in his own research that he arrogantly tried to create new life and a new man. Today, if you look at people who study how genetics shape human behavior, you find a collection of anti-Frankensteins. As the research moves along, the scientists grow more modest about what we are close to knowing and achieving.
It wasn’t long ago that headlines were blaring about the discovery of an aggression gene, a happiness gene or a depression gene. The implication was obvious: We’re beginning to understand the wellsprings of human behavior, and it won’t be long before we can begin to intervene to enhance or transform human life.
Few talk that way now. There seems to be a general feeling, as a Hastings Center working group put it, that “behavioral genetics will never explain as much of human behavior as was once promised.”
Studies designed to link specific genes to behavior have failed to find anything larger than very small associations. It’s now clear that one gene almost never leads to one trait. Instead, a specific trait may be the result of the interplay of hundreds of different genes interacting with an infinitude of environmental factors.
First, there is the complexity of the genetic process. As Jim J. Manzi pointed out in a recent essay in National Review, if a trait like aggressiveness is influenced by just 100 genes, and each of those genes can be turned on or off, then there are a trillion trillion possible combinations of these gene states.
Second, because genes respond to environmental signals, there’s the complexity of the world around. Prof. Eric Turkheimer of the University of Virginia, conducted research showing that growing up in an impoverished environment harms I.Q. He was asked what specific interventions would help children realize their potential. But, he noted, that he had no good reply. Poverty as a whole has this important impact on people, but when you try to dissect poverty and find out which specific elements have the biggest impact, you find that no single factor really explains very much. It’s possible to detect the total outcome of a general situation. It’s harder to draw a linear relationship showing cause and effect.
Third, there is the fuzziness of the words we use to describe ourselves. We talk about depression, anxiety and happiness, but it’s not clear how the words that we use to describe what we feel correspond to biological processes. It could be that we use one word, depression, to describe many different things, or perhaps depression is merely a symptom of deeper processes that we’re not aware of. In the current issue of Nature, there is an essay about the arguments between geneticists and neuroscientists as they try to figure out exactly what it is that they are talking about.
The bottom line is this: For a time, it seemed as if we were about to use the bright beam of science to illuminate the murky world of human action. Instead, as Turkheimer writes in his chapter in the book, “Wrestling With Behavioral Genetics,” science finds itself enmeshed with social science and the humanities in what researchers call the Gloomy Prospect, the ineffable mystery of why people do what they do.
The prospect may be gloomy for those who seek to understand human behavior, but the flip side is the reminder that each of us is a Luxurious Growth. Our lives are not determined by uniform processes. Instead, human behavior is complex, nonlinear and unpredictable. The Brave New World is far away. Novels and history can still produce insights into human behavior that science can’t match.
Just as important is the implication for politics. Starting in the late 19th century, eugenicists used primitive ideas about genetics to try to re-engineer the human race. In the 20th century, communists used primitive ideas about “scientific materialism” to try to re-engineer a New Soviet Man.
Today, we have access to our own genetic recipe. But we seem not to be falling into the arrogant temptation — to try to re-engineer society on the basis of what we think we know. Saying farewell to the sort of horrible social engineering projects that dominated the 20th century is a major example of human progress.
We can strive to eliminate that multivariate thing we call poverty. We can take people out of environments that (somehow) produce bad outcomes and try to immerse them into environments that (somehow) produce better ones. But we’re not close to understanding how A leads to B, and probably never will be.
This age of tremendous scientific achievement has underlined an ancient philosophic truth — that there are severe limits to what we know and can know; that the best political actions are incremental, respectful toward accumulated practice and more attuned to particular circumstances than universal laws.

Bob Herbert is off today.




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