27 de junho de 2007




HIJO DE ALGO *
Germán García

Sigmund Freud, no menos que nuestro Jesucristo, cifró sus esperanzas en la salvación del padre. No de la misma manera. Para Cristo había que sacrificarse por el padre, para Freud era necesario apoyarse en el padre para hacer otra cosa.
Witold Gombrowicz, menos ilustre que los nombres del primer párrafo, ironiza en una carta a Santucho –sí, el guerrillero- que siendo tantos hermanos de distintas observancias políticas la familia siempre estaría salvada.
Se trata de eso, de la familia. El Pater familia es una lágrima desde su restauración, después de la Revolución Francesa. Nunca estuvo a la altura de su función. Es el viejo padre burgués que hizo las delicias de la modernidad de un escritor como Balzac. Como padre del goce, pasó por encima de sus juramentos matrimoniales. Como padre de la ley, sabe que sólo puede salvarse por la trampa. Como padre del amor, conoce las convenciones y olvida lo demás.
Pero la familia... eso es cosa seria, es la Sagrada Familia de Gaudi que las generaciones nunca terminarán de llevar a la perfección.
Basta ver cualquier programa de televisión, siempre hecho para disfrute de la otra familia, la profana.
Algún abogado de la “industria del juicio” podría sacar provecho de la palabra disfrutar, que suena a una invitación al abuso lúbrico indiscriminado.
El Pater (familia) viene en declive, pero la familia tiene un buen puntaje gracias a la Mater (a la familia, ella la resume).
“Es el candidato que una madre querría para su hija” –se dice - dando por sentado que las madres conocen las apetencias sexuales de las hijas, o bien que eso no cuenta o se arregla fuera del matrimonio en nombre de los cambios de costumbres.

Sin embargo
Hasta el hijo de cualquiera es hijo de algo. “Fidalgo” quiere decir eso, hijo de algo. Se apoya en su padre, hasta para hacer otra cosa. Que puede ser contra su padre, por su padre, para su padre, más allá de su padre.
Las diferentes historias de un hijo con su padre impiden la sencilla afirmación: “de tal palo, tal astilla”.
Lo más que puede decirse es que un hijo siempre está en duelo (pérdida/enfrentamiento) con un padre que inventó en su infancia sin tener en cuenta las cualidades perceptibles de su progenitor.
El padre amante de las mujeres puede tener un hijo que aspira a santo. Pero también es posible que el padre que ama los negocios tenga un hijo que descubre la manera de hacer mejores negocios por otros caminos. Entonces habrá superado al padre, lo habrá recuperado por otros medios y hará feliz a la familia. Incluso a familias que nada tienen que ver con la propia, pero que admiran a los hijos de algo que saben tener éxito.
Si es verdad que, como dice Nietzsche, Dios ha muerto, creo que fue a consecuencia de no saber como librarnos de este embrollo.
De cualquier manera habría que rezar: más libranos de los hijos que quieren nuestro bien, amén.

Además
La Argentina profunda, la que habita incluso más allá de las provincias por donde se extendieron las inmigraciones masivas, sabe preservar los “valores patriarcales” que poco tienen que ver con las cualidades de los padres. Esa función, la de los padres, en muchas provincias queda delegada a la Iglesia (siempre dispuesta, cuando se trata de salvar a Dios de la flaqueza de los fieles).
El hijo de algo también es hijo de esta institución que monopoliza lo sagrado y, llegado el caso, sabe invertirlo con buenos réditos políticos. Declararse católico, apostólico... y romano –aunque sea una paradoja territorial- suena congruente con ser un patriota (en la palabra patriota retorna el padre convertido en garante del Estado al que siempre está dispuesto a proveer de algunos bienes puestos al servicio de todos).
No hay padre sin hijos. Es la Trinidad, con su Espíritu Santo y su misterio. Y como se es hijo de algo no hay entonces, hijo sin algo que siempre se parecerá a un padre.
No importa quien es el padre, sino qué es, ya que se puede ser hijo de la patria, del patrimonio y de tantas cosas más, según lo diga la Madre Iglesia cuyo testimonio no puede ser refutado por el ADN. Es un embrollo, como dije, que ni el propio Benedicto XVI no logra aclarar. Es que hace un tiempo que lo teológico – político está de vuelta entre nosotros.

* Perfil , número especial. Lunes 25 de junio de 2007.

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